lunes, noviembre 07, 2011

LA MALETA VIEJA

Hay un momento indescifrable que quienes escribimos enfrentamos día con día, ese momento en que por un instante estamos detenidos frente a la hoja en blanco, en que aguantamos la respiración y repasamos como un moribundo en su último instante lo que queda de nuestro ser. Pensándolo bien no hablaré por todos los que escribimos sino solo por mí, en ese instante acompañado de una pequeña jaqueca y una pequeña cobardía que a veces me hace cerrar la ventana del explorador me encontraba hace unos instantes. Fallar los intentos es adictivo y siempre es la forma fácil de escapar de un compromiso, en este caso mi compromiso es con la gente que me rodea y me lee de vez en cuando, si no es que he errado la vocación, tengo que escribir, tengo historias que contar, ya sea a través de mis poemas o ¿por que no? volver a narrar, alguna vez lo hice, pero como a tantos seres humanos nos sucede, la vida da vueltas, nos sacude y a veces nos derriba, nadie es la excepción.

Dejaré las disgresiones sobre mí para otra ocasión y mejor contaré una historia que de esto se trata el blog y es lo que trato de conseguir: contar historias.

LA MALETA VIEJA

La vida transcurría lenta para aquel hombre que había dejado todo en el pasado, una mujer, por supuesto, una carrera, un trabajo, una familia, una mascota y algo que alguna vez conoció y estaba en el límite del olvido enterrado en lo mas profundo de su memoria. La dicha.
Lentas pasaban las mañanas en las que casi como un desempleado leía el periódico en una cafetería con vista al parque mientras fumaba un cigarrillo. Luego caminaba a una pequeña oficina en la que había apenas un escritorio, tres sillas, un garrafón de agua, una computadora ruidosa y un ventilador.
Nadie sabía que hacía con precisión, algunos suponen que compraba y vendía cosas pero de alguna manera pagaba su renta puntual y se retiraba al atardecer después de hablar por teléfono unas cuantas veces.

Un día simplemente desapareció, la muchacha que atendía el café ni siquiera lo notó, tenía poco menos de dos semanas de remplazar a la anterior, la cual dejó el trabajo que nunca tomó con seriedad al cambiar sus horarios en un nuevo semestre de la universidad, los vecinos de su oficina cambiaban frecuentemente y no fue sino el casero que extrañado por el atraso de algunos días sin recibir depósito alguno tocó una mañana la puerta sin obtener respuesta, volvió la semana siguiente solo para encontrarse con con la misma suerte y al siguiente lunes, preocupado y curioso a la vez trajo a un cerrajero para abrir la oficina.

Todo seguía igual, el escritorio viejo de madera, las sillas de metal recubiertas con respaldo de vinil negro, el garrafón de agua casi lleno, la computadora ruidosa que no tenía mayor uso que cientos de partidas ganadas de carta blanca, un par de periódicos de la semana pasada y una maleta de plástico vieja apenas visible debajo del escritorio.

El casero cerró la puerta, corrió la cortina y se dispuso a hurgar el contenido de la maleta. No había nada excepcional, la sección de anuncios clasificados de varios periódicos, hojas de papel blanco, lápices, algún recibo telefónico y un sobre con fotos que no parecía reciente y cuyo contenido hubiera sido irresistible para cualquier persona en semejante situación. Al abrirlo descubrió el pequeño rompe cabezas de la vida de aquel hombre con quién nunca se detuvo a conversar. Había fotos de juventud, de un lejana época estudiantil; de entre los muchachos con uniforme de secundaria logró reconocer los rasgos del hombre que solía ser su inquilino, había también fotos de tres jóvenes mujeres, una delgada y blanca de cabello largo y fleco, otra morena también delgada de ojos tristes y una más, no tan delgada que sonreía sentada en la banca de un jardín con las manos en el regazo. Todas parecían de diferentes años y lugares y estaban impresas en papeles distintos.

En otra foto aparecía el hombre con la primera mujer de pie tomada de la cintura. Eso era todo. El casero, hombre rutinario tomó las cosas y las puso de vuelta en la maleta junto con algunos efectos personales que había en el cajón del escritorio, un peine, un lustrador de calzado, una lata de crema para manos, un sacapuntas y un bolígrafo. Sin mayor interés en las vidas ajenas, pues rara vez se interesaba incluso por sus propios asuntos salió de la oficina con la maleta, la dejó en su bodega y se encaminó a un negocio cercano donde pagaba cada vez que lo requería un anuncio en el periódico para conseguir un nuevo inquilino.

Días después, en otro lugar de la ciudad en un café estaba el hombre que solía rentar la oficina leyendo el periódico, pero su semblante era diferente, se veía más joven, mejor arreglado y vestía un saco que podría ser nuevo, en la misma mesa estaba una mujer que parecía ser la de la primera fotografía, platicando animada cuando en el rostro del hombre se dibujó una pequeña sonrisa, pues leía el anuncio de su antiguo casero rentando su oficina. El hombre dobló el periódico, dio un sorbo a su café y puso atención a la mujer tomándola con suavidad de la mano. Había buscado y esperado a la mujer durante años, ¿Cómo la encontró y recuperó? quien podría saberlo, y no importa.

Había dejado una vez más todo atrás, pero esta vez era una oficina sombría, un negocio pobre de compra-venta, un escritorio viejo, tres sillas, un garrafón de agua casi lleno y una maleta vieja.

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